Dicen
que nada es verdad ni mentira que todo depende del cristal con que se mira,
pues me atrevo a discrepar con esta frasecita, al menos sobre el escenario o se
es creíble o no, así de simple, por ello
el actor puede engañar de pronto a muchos pero nunca podrá engañarse a sí
mismo.
Subirse
a un escenario para una representación actoral yo creo es una gran
responsabilidad, tan grande como la del cirujano antes de una operación de corazón
abierto, porque sobre las tablas se va a dejar muchas cosas.
En primer lugar a quien el público va a ver es
a los personajes de tal o cual historia, no va a vernos a nosotros los actores
haciéndonos como que somos ese personaje, es decir, el teatro tiene esa magia
en la cual todo se trasforma, los actores en personajes, la utilería en cosas
reales, el no hacerlo, el estar en el escenario y solo repetir como loro un
texto aprendido de memoria es como un atentado contra este arte.
No
se puede ser falso ni sobre la escena, y yo creo también no deberíamos serlo en
la vida real, para que andar fingiendo lo que no somos, para que estar autoalabanza sobre lo bueno o magníficos que somos, la
gente de teatro es gente trasparente, que no tiene miedo decir lo que piensa o
lo que siente.
La
gente de teatro son también actores sociales no solo del escenario, y tenemos
la tarea de no callar aunque nos prohíban, de ser la voz de los que no tienen
voz, es decir debemos cumplir nuestro rol social, claro que a lo largo de la
historia en todo el mundo, muchos de los nuestros se han vendido al sistema, al
gobernante de turno, o al dinero, y solo hablan o callan cuando les conviene.
Si
somos trasparentes y nuestra vida está acorde con lo que decimos, sentimos y
pensamos, no debemos dejarnos amilanar por nada, ni nadie, no hace falta andar fingiendo,
siendo falsos; no hay nada peor en teatro que ver un grupo o una obra, cuyos
actores ni ellos mismo se creen lo que hacen, y lo que es peor, deban exagerar
para tratar de suplir su falta de preparación en lo que se denomina
sobreactuación.
El
teatro es como la vida un reflejo de nuestras realidades, así como son nuestras
obras nuestros trabajos así es nuestra existencia.
A
veces se puede creer que uno no hace nada, que se vanagloria de trabajos
pasados, y que ya no saca nada nuevo y lo peor uno se queja que no hay apoyo,
podría ser que otros en cambio producen en serie trabajos, la cuestión es
hacerlo a conciencia, con calidad sin consignas extrañas al arte, lo malo de
hacer las cosas en serie es la mecanización del propio trabajo, y el teatro no
es echo por maquinas sino por seres humanos, con sentimientos y emociones, y si
no se dan tiempo para hacerlo hemos escogido un mal camino, una agrupación no
debe estropearse ni estropear al arte
solo por cumplir un cronográma del sistema.
A todos se puede engañar, a todos se les puede mentir, pero mentirnos a nosotros mismos es cosa grave, que ya implica problemas profundos incluso de comportamiento o personalidad, lo bueno del teatro es que como parte de su estructura se contempla la evaluación y la autoevaluación, donde cada actor debe sincerarse consigo mismo y recocer sus errores y sus aciertos, además que da la madurez para poder dar y recibir una crítica, uno mismo no puede verse, uno puede creer estar haciéndolo bien, pero algunas veces no es así, y para eso está el resto del equipo los compañeros, para que le hagan ver en que se está fallando y poderlo corregir a tiempo.
De igual manera es una irresponsabilidad
callarse y no decirle a un actor lo que se cree que está bien o mal de su
trabajo, callarse, por vergüenza, miedo u otras razones, porque ese callarse al
final en la presentación frente al público saltara y la obra no saldrá como
debería con la calidad necesaria, y sobre todo cuando uno se evalúa o no, es
sobre si el escenario, se sobre si la actuación realizada es creíble, o no lo
es.
Por
una cultura de vida.
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